Lo que más nos golpea en una pandemia global es la confianza en que Dios es justo, santo y bueno. Si Dios va a ser nuestra Roca, Él debe ser justo. Una Roca injusta es un espejismo.
Así que, necesitamos preguntarnos, ¿qué son la santidad, la justicia y la bondad de Dios? Porque si no sabemos qué son, ¿cómo sabremos si este virus las ha desmoronado? ¿O cómo sabremos si, en cambio, son de hecho los fundamentos eternos de la Roca que nos salva?
La Biblia muestra la santidad, justicia y bondad de Dios no como idénticas, sino como entrelazadas.
Santidad: valor trascendete e infinito
La santidad es estar separado, pero de manera diferente a como se conoce ordinariamente, pues, aplicado a Dios, implica que Él es tan único que su separación trasciende otras realidades. Él es autoexistente, completo, perfecto. Así que, Él posee el valor más grandioso, como la fuente de toda realidad y todo valor.
Hay un solo Dios. No tres. Pero este Dios único existe en una unidad misteriosa y verdadera entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; cada uno de ellos eterno y sin principio. Cada uno verdaderamente Dios.
Así que, la santidad no significa que Él está solitario y sin amor en su altura infinita. Dios el Padre conoce y ama al hijo perfecta, completa e infinitamente (Marc. 1:11; 9:7; Col 1:13). Dios el Hijo conoce y ama al Padre perfecta, completa e infinitamente (Juan 14:31). El Espíritu Santo es la expresión perfecta, completa e infinita del conocimiento y amor entre el Padre y el Hijo.
¿Por qué esto importa? Porque esta trinidad perfecta es esencial para definir la llenura y perfección de Dios. Es esencial para su santidad.
La santidad se entrelaza con la justicia
Ser santo no solo significa estar separado y ser trascendente, sino también ser justo.
El estándar de la justicia de Dios es Dios mismo. El fundamento bíblico de este principio es el siguiente: «Él no puede negarse a sí mismo» (2 Tim. 2:13). Él no puede actuar en una manera que niegue su propio valor infinito, belleza y grandeza. Este es el estándar de lo que es correcto para Dios.
Esto significa que la dimensión moral de la santidad de Dios -su justicia- es su inconmovible compromiso en actuar de acuerdo a su propio valor, belleza y grandeza. Cada afecto, cada pensamiento, cada palabra y cada acto de Dios siempre será consistente con lo anterior. Si Dios negara todo esto, el estándar estaría roto y sería un Dios injusto.
La justicia se entrelaza con la bondad
La bondad de Dios no es idéntica a su santidad o su justicia, pero están ligadas entre sí, porque su santidad desborda en bondad, y su justicia guía a que ella sea repartida. Nunca se contradicen entre sí.
La disposición de ser generoso, de bendecir a los seres humanos, es la bondad de Dios. Su plenitud y perfección trascendentes -su santidad- es como una fuente que desborda, pues Dios no está necesitado. Así que, nunca explota a nadie para compensar alguna deficiencia en Él. En cambio, su impulso natural es dar, no tomar.
«Dios ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas.» (Hechos 17:25).
Pero su bondad no está desconectada de su justicia. Es por eso que esta última involucra el castigo final. Cuando Dios castiga al impenitente en el infierno, Él no está otorgándoles su bondad, pero eso no hace que deje de ser bueno. Su santidad y justicia gobiernan el hecho de derramar su bondad.
Esta es la razón por la que su bondad fluye especialmente hacia aquellos que le temen y se refugian en Él. Esto es porque semejante reverencia y fe son reflejo del valor, belleza y grandeza de Dios (Rom.4:20). Así que, la justicia de Dios lo inclina a afirmar esa clase de actitudes que le honran.
«¡Cuán grande es tu bondad, que has guardado para los que te temen, que has mostrado a los que esperan en ti, delante de los hijos de los hombres!» (Salmos 31:19).
Sin embargo, la reverencia y la fe no se ganan la bondad de Dios, pues el pecador es dependiente y no puede ganar nada de parte del Señor. La bondad de Él hacia el pecador es siempre gratuita e inmerecida.
¿Qué hay del coronavirus, entonces?
Aunque desglosaremos esto mejor en el siguiente capítulo, lo que hemos visto en este tiene el propósito de mantenernos alejados de saltar a la conclusión de que el dedo de Dios en el coronavirus desacredita su santidad, su justicia o su bondad. No somos tan ingenuos como para igualar el sufrimiento humano a la injusticia divina; o bien, pensar que Dios ha dejado de ser santo o bueno por la manera cómo gobierna este mundo.
Todos somos pecadores. Sin excepciones. Todos hemos intercambiado la gloria de Dios (Rom 1:23; 3:23). Merecemos su ira y el castigo eterno por tal conducta vergonzosa de deshonra hacia la gloria de Dios. La Biblia dice que «somos por naturaleza hijos de ira» (Ef. 2:3), lo que significa que Dios puede ser santo y justo, aún cuando retrae su bondad de nosotros.
El coronavirus, entonces, no apunta a impiedad por parte de Dios, o injusticia o falta de bondad. Nuestra Roca, en estos días turbulentos, no es injusta ni impía.
«No hay santo como Jehová; Porque no hay ninguno fuera de ti, y no hay refugio como el Dios nuestro.» (1 Sam. 2:2).
Nuestra Roca no es un espejismo.
Este es un pequeño resumen del 3er capítulo del libro, originalmente en inglés, “Coronavirus and Christ”, recientemente lanzado por el Pastor John Piper, para descarga gratuita en el sitio web de su ministerio, www.desiringgod.com
Continúan en el siguiente post los capítulos posteriores.
Puedes leer los capítulos 1 y 2 aquí.